CAIXA DE SOMIS
jueves, 3 de marzo de 2011
miércoles, 21 de febrero de 2007
EXPOSICIÓN
“SOBRE L’ESPAI ESCULTÒRIC”
Esculturas de Moisès Gil en la Sala de Exposiciones “ATRIO DE LOS BAMBÚS” del PALAU DE LA MUSICA I CONGRESOS de Valencia.
Esculturas de Moisès Gil en la Sala de Exposiciones “ATRIO DE LOS BAMBÚS” del PALAU DE LA MUSICA I CONGRESOS de Valencia.
Moisés Gil. Entre el corazón y el intelecto
Confieso que escribir sobre la obra de Moisés Gil supone para mí un lugar de sentimientos encontrados. Aunque no lo pretenda, mi atracción por las creaciones del que considero además de un buen escultor un amigo, estará siempre tiñendo de afecto estas líneas.
Pretender hablar sobre aquello que nos hechiza y atrapa, desde la objetividad, es una tarea casi imposible. Por ello quiero desde un principio manifestar mi pasión por la forma en la que Moisés Gil construye y redefine el espacio que muestra y ocupa.
Desde una trayectoria profesional consolidada y una serenidad que trasluce madurez, sus últimas creaciones son el resultado de una búsqueda interior que empieza a vislumbrar un horizonte preciso. Lugar en el que la escultura, el espacio y ser uno mismo dialogan de tú a tú y se transmutan en una metáfora del estar.
Las esculturas de Moisés Gil dibujan, con rotunda solidez, lugares que todos hemos alguna vez vivido. Espacios que no siendo reales, siempre nos transportan a topos conocidos, al lugar en el que los sueños encuentran su expresión. Nos acercan a un territorio en el que la cotidianidad se desvela y se convierte en algo cercano, que parece que nos pertenece y logra, con una fuerza invisible tirar de nosotros.
Sus arquitecturas habitadas, se encuentran en el límite entre el espacio de recogimiento y el espacio escaparate. Entre lo privado y lo público. Entre lo propio y lo que no nos corresponde. Firmes construcciones que denotan permanencia y ligazón con la superficie del suelo. Siluetas que nos remiten a los Grabados de Durero. Puertas, ventanas, estancias sugeridas… una economía en las formas que nos traslada a paisajes de interior que anhelan del espacio que las circunda y lo atrapan y se apropian de él. Escaleras, tramos que comunican distintos niveles. Escaleras que se dirigen y nos trasladan a los lugares no presentes. Rampas y caminos que nos hablan del trayecto y de la transición y del andar.
Y como contrapunto a las escenografías del universo geometrizado que Moisés Gil construye y crea: nidos, cobijos, el retorno al útero de la madre, al espacio protegido y ajeno al bullicio exterior.
Un sinfín de construcciones que encuentran su argumento al ser ocupadas. Es, el ser humano, el complemento que termina la escultura y le otorga el significado buscado. Es, en esa imbricación entre el escenario y sus actores, donde la obra de Moisés Gil esconde su fuerza.
El ser humano y su necesidad de encontrar su sitio. Figuras masculinas, en ocasiones reiteradas hasta llegar a la perdida de su propia identidad, luchan por sobrevivir en este mundo acelerado que nos arrastra a lo confuso y tira de nosotros con una fuerza ineludible. Personajes con fisonomías dramatizadas y duros perfiles, con una fuerte carga expresiva.
Férreas estructuras conquistadas por inquietantes figuras antropomorfas con grandes pies que lo enraízan a la tierra. Habitantes que se relacionan con los elementos con todo tipo de actitudes. A veces en constante movimiento hacia todas las direcciones. “El desnudo bajando la escalera” de Duchamp, el movimiento representado a través de la repetición del mismo elemento. La misma figura. La misma silueta que sube y baja escaleras, recorre caminos, sube rampas, escala muros… se detiene e interrumpe su transitar para reflexionar y tomar aliento. Formas brillantes de metal fundido que sobresalen del fondo, con solemnidad.
La reproducción y el prototipo como sinónimo de multitud anónima y socializada. Gentíos que contrastan con una fuerte sensación de soledad e indefensión. Juegos de igualdad y diferencia que señalan con las pequeñas variaciones sus rasgos de identidad. Juegos de repetición y contraste en los que la variación es el matiz: lo mismo dicho de muy distintas formas.
Metáforas de la involución del acto reiterado. El hombre individuo, el hombre… hombres. El sujeto despersonalizado y estandarizado que nos presenta y a un tiempo nos representa, necesitado de seguir adelante… al frente, a los lugares del deseo y de la utopía.
Formas tejidas con todo tipo de materiales. Fisificidad que carga las formas de contenido añadido. El lenguaje de los materiales… la piedra, el mármol, el hierro oxidado, la madera, el aluminio, las resinas, el bronce, el gres… Superficies pulidas versus rugosas, satinadas versus brillantes… texturas, colores, luz…el saber hacer, el buen hacer, el oficio de escultor.
Son las esculturas de Moisés Gil, un crisol donde se funden formas, materiales, procesos, lenguajes y un buen hacer aprendido y heredado. Pureza en la ejecución y factura que zigzaguea entre insinuado y lo construido, entre la naturaleza y el artificio, entre el corazón y el intelecto… entre el ser y el estar.
Teresa Cháfer Bixquert
Escultora y Profesora Titular de la Universidad Politécnica de Valencia
Confieso que escribir sobre la obra de Moisés Gil supone para mí un lugar de sentimientos encontrados. Aunque no lo pretenda, mi atracción por las creaciones del que considero además de un buen escultor un amigo, estará siempre tiñendo de afecto estas líneas.
Pretender hablar sobre aquello que nos hechiza y atrapa, desde la objetividad, es una tarea casi imposible. Por ello quiero desde un principio manifestar mi pasión por la forma en la que Moisés Gil construye y redefine el espacio que muestra y ocupa.
Desde una trayectoria profesional consolidada y una serenidad que trasluce madurez, sus últimas creaciones son el resultado de una búsqueda interior que empieza a vislumbrar un horizonte preciso. Lugar en el que la escultura, el espacio y ser uno mismo dialogan de tú a tú y se transmutan en una metáfora del estar.
Las esculturas de Moisés Gil dibujan, con rotunda solidez, lugares que todos hemos alguna vez vivido. Espacios que no siendo reales, siempre nos transportan a topos conocidos, al lugar en el que los sueños encuentran su expresión. Nos acercan a un territorio en el que la cotidianidad se desvela y se convierte en algo cercano, que parece que nos pertenece y logra, con una fuerza invisible tirar de nosotros.
Sus arquitecturas habitadas, se encuentran en el límite entre el espacio de recogimiento y el espacio escaparate. Entre lo privado y lo público. Entre lo propio y lo que no nos corresponde. Firmes construcciones que denotan permanencia y ligazón con la superficie del suelo. Siluetas que nos remiten a los Grabados de Durero. Puertas, ventanas, estancias sugeridas… una economía en las formas que nos traslada a paisajes de interior que anhelan del espacio que las circunda y lo atrapan y se apropian de él. Escaleras, tramos que comunican distintos niveles. Escaleras que se dirigen y nos trasladan a los lugares no presentes. Rampas y caminos que nos hablan del trayecto y de la transición y del andar.
Y como contrapunto a las escenografías del universo geometrizado que Moisés Gil construye y crea: nidos, cobijos, el retorno al útero de la madre, al espacio protegido y ajeno al bullicio exterior.
Un sinfín de construcciones que encuentran su argumento al ser ocupadas. Es, el ser humano, el complemento que termina la escultura y le otorga el significado buscado. Es, en esa imbricación entre el escenario y sus actores, donde la obra de Moisés Gil esconde su fuerza.
El ser humano y su necesidad de encontrar su sitio. Figuras masculinas, en ocasiones reiteradas hasta llegar a la perdida de su propia identidad, luchan por sobrevivir en este mundo acelerado que nos arrastra a lo confuso y tira de nosotros con una fuerza ineludible. Personajes con fisonomías dramatizadas y duros perfiles, con una fuerte carga expresiva.
Férreas estructuras conquistadas por inquietantes figuras antropomorfas con grandes pies que lo enraízan a la tierra. Habitantes que se relacionan con los elementos con todo tipo de actitudes. A veces en constante movimiento hacia todas las direcciones. “El desnudo bajando la escalera” de Duchamp, el movimiento representado a través de la repetición del mismo elemento. La misma figura. La misma silueta que sube y baja escaleras, recorre caminos, sube rampas, escala muros… se detiene e interrumpe su transitar para reflexionar y tomar aliento. Formas brillantes de metal fundido que sobresalen del fondo, con solemnidad.
La reproducción y el prototipo como sinónimo de multitud anónima y socializada. Gentíos que contrastan con una fuerte sensación de soledad e indefensión. Juegos de igualdad y diferencia que señalan con las pequeñas variaciones sus rasgos de identidad. Juegos de repetición y contraste en los que la variación es el matiz: lo mismo dicho de muy distintas formas.
Metáforas de la involución del acto reiterado. El hombre individuo, el hombre… hombres. El sujeto despersonalizado y estandarizado que nos presenta y a un tiempo nos representa, necesitado de seguir adelante… al frente, a los lugares del deseo y de la utopía.
Formas tejidas con todo tipo de materiales. Fisificidad que carga las formas de contenido añadido. El lenguaje de los materiales… la piedra, el mármol, el hierro oxidado, la madera, el aluminio, las resinas, el bronce, el gres… Superficies pulidas versus rugosas, satinadas versus brillantes… texturas, colores, luz…el saber hacer, el buen hacer, el oficio de escultor.
Son las esculturas de Moisés Gil, un crisol donde se funden formas, materiales, procesos, lenguajes y un buen hacer aprendido y heredado. Pureza en la ejecución y factura que zigzaguea entre insinuado y lo construido, entre la naturaleza y el artificio, entre el corazón y el intelecto… entre el ser y el estar.
Teresa Cháfer Bixquert
Escultora y Profesora Titular de la Universidad Politécnica de Valencia
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